sábado, 1 de agosto de 2009

Paradojas a la orilla del Mar




“¡Ya no puedo más! Esto es insoportable”, pensaba mientras se dirigía con paso calmado hacia la playa. “No entiendo por que las personas nos empeñamos en ser tan ofensivas con los demás, por que en cuanto abres tu corazón, en cuando ven el hueco del alma libre atacan, consciente o inconscientemente, hiriendo los sentimientos. Tenemos todos tanto ego…”


Llegó a la orilla del mar, se detuvo y silenciosamente escuchó el sonido del agua meciéndose pausadamente. “Nos sentimos atacados en cuanto alguien trata de ayudarnos a ver nuestro errores (o nuestras virtudes). Nuestro ego nos impide aceptar que nos equivocamos y en lugar de tratar de aprender, nuestro batallón de defensa sale a la carga: ¡yo soy así! ¡Es mi personalidad y no la puedo cambiar! ¡Me gusta como soy!¡¡¡Que ciegos estamos!!!".


Allí, de pie frente al Mar, respiró profundo y miró al horizonte, donde la luna se fundía con las estrellas.


“Con lo maravillosos que es esto, lo mágico que es sentirse bien ante espectáculos tan sorprendentes de la vida, y en lugar de disfrutar de unos días de descanso nos dedicamos a discutir y discutir por tonterías… ¡que más da quien haya puesto la mesa o quien haya hecho la comida! Hoy la hago yo y mañana otro. ¡Ojala todos los problemas del mundo fueran como ese!... ¡Vaya, una estrella fugaz! Realmente tengo que empezar a navegar…"


Comenzó a andar por la orilla en dirección a unas rocas. No había nadie en la playa, y la distancia al camping era la suficiente como para no ver ninguna luz. Tan solo las estrellas y la Luna Creciente iluminaban su camino.


“Me gusta esta sensación. Me gustaría tanto vivir una temporada cerca del mar, poder estar aquí cada vez que lo necesite. No se que me da el mar pero me hace sentirme libre, me hace sentir algo especial. Es tan serena y tan brava, tan profunda y tan superficial a la vez… A veces me pregunto cual será la fuerza que la mueve, que la hace mantenerse en constante cambio, en constante movimiento… ¿Cómo no vamos a cambiar las personas? Y aun así nos empeñamos en no hacerlo porque pensamos que de ese modo perdemos aquello que nos distingue del resto. Pero creo que el cambio es inevitable ¿Acaso no cambia la luna cada día, y no cambian las plantas, y la tierra, no cambia nuestro físico con el paso de los años? ¿Por qué no cambiar entonces aquello de nosotros que no nos satisface en lugar de resguardarnos en el ego? Claro, suena muy fácil pero luego hay que aplicar la teoría a la práctica…”


Sin apenas darse cuenta había llegado hasta el lugar donde terminaba la playa y comenzaban las rocas. Esa playa no era muy grande. Estaba rodeada de altas montañas semi desérticas cubiertas de plantas que sobreviven a altos grados de temperatura. Había algunas palmeras salvajes cerca de la orilla que, con el sonido del viento, emitían un suave canto junto con el mecerse del mar. El entorno llevaba, sin poder ni querer evitarlo, a la reflexión, a la meditación sobre algunos aspectos de nuestras vidas que tarde o temprano nos hacen dudar de aquello que nos han enseñado como “real”, de esos principios que nos han sido inculcados como paradigmas ante los que no cabe la duda. Y sin embargo dudamos…


“¿Debo seguir andando? Las zapatillas que llevo no son muy buenas, pero parece que la luna ilumina lo suficiente. Se, se ve bien, pero… se van a preocupar por mi. He salido tan disparado que igual piensan que… No pasa nada, ya me conocen. Estas rocas son realmente preciosas, me apetece seguir. Además, no son tan peligrosas y ya conozco el camino. Necesito sentarme un momento frente al acantilado y reflexionar”.


Comenzó a caminar por las rocas que entraban en la Mar y a la vez sobresalían de ella, y que bajo la luz de la noche formaban un mosaico negro y plateado de formas rocambolescas. Agarrado a la base del pequeño acantilado avanzaba despacio, tratando de buscar un buen lugar donde pisar.


“Parece que no resbala demasiado. Me gusta la noche, si. Me gusta caminar de noche, y el mar a estas horas, así de calmado, parece una piscina gigante. ¿Cuánto tiempo llevaré fuera? He perdido la noción del tiempo; ojala siempre pudiéramos y supiéramos perder la noción del tiempo y vivir el momento. Pero tenemos tantas preocupaciones, tantas comeduras de cabeza… nos preocupamos por el futuro y se nos olvida vivir el presente, y así día a día llegas al final de tu vida y te das cuenta de que no te has enterado de nada, y entonces ¡a volver a repetir! Una y otra vez hasta que aprendamos a Ser a cada instante, a sentir cada momento, a amar, a vencer miedos y temores que se nos inculcan desde pequeños: “no toques eso, no vayas allí, cuidado con aquello…” y así toda una vida. Barreras y más barreras. Creemos que somos libres pero realmente estamos encarcelados. Vaya, parece que esto empieza a ponerse complicadillo”.


Se detuvo un momento agarrándose fuertemente a las rocas, pues la alfombra de piedras que se adentraban en la mar comenzaban a desaparecer, lo que le obligaba a empezar a ascender colina arriba.


“Claro, es la parte del acantilado ¿Ya? He llegado rápido. Bueno, pues arriba, aunque tengo que tener cuidado porque la caída desde aquí al agua es peligrosa. Pero hay que vencer el miedo”.


Comenzó a trepar. De pronto, desde lo alto del acantilado llegó un sonido, como si alguien estuviera golpeando una piedra con un palito una y otra vez.


“¿Habrá alguien ahí arriba? Pero ¿quién puede haber aquí a estas horas? A lo mejor el sonido viene del mar. No, no, viene de lo alto de la colina. Es extraño, no suele haber mucha gente en esta playa y menos de madrugada ¿Será algún animal? Pero aquí no hay animales, es desierto. Y ya no puedo volver; no, volver es peligroso. Creo que tengo que seguir adelante. Ha parado, ahora no oigo nada. ¿Me habrán oído? Bueno, tranquilo, si te pones nervioso es peor y no hay más alternativa que subir.

Otra vez ¿Qué estará haciendo? Quizá si voy más despacio se vaya, o a lo mejor puedo esquivarle. ¿Sabrá él que estoy aquí? ¡Si es que me meto en cada una! Quién me manda estar aquí colgado a las tantas de la madrugada. Y nadie sabe que estoy aquí. Si me caigo al mar… bueno, ya me encontrarán, o sino me comerá algún pez. Ya me queda poco para llegar. Otra vez ha parado ¿a que estará jugando? Quizá me ha oído y se cree que soy algún animal y me quiere asustar ¿Debería decir algo? No, mejor voy a llegar arriba y a ver que pasa. Vaya, yo solamente buscaba un poco de tranquilidad. Si me hubiera quedado en la playa… Bueno, no pasa nada.”


Continuó colina arriba, y aunque sentía algo de temor, su deseo de aventura y de llegar a lo alto fueron mayores que el poder del miedo y la duda.


“No se por que me asusto ¿A quien puedo temer? Estoy aquí solo, en medio de este lugar, y además cualquier encuentro en este momento sería mágico”


Pero al llegar a lo alto no encontró a nadie. El sonido había cesado. Miró a su alrededor y continuó su camino, ahora más relajado y disfrutando tranquilamente del reflejo de la luna sobre aquella inmensidad uniforme de la mar.


Su inconsciente le había jugado una vez más una mala pasada, haciéndole no solo escuchar extraños sonidos sino permitiendo que el miedo se apoderase de él. Pero ahora se sentía relajado, y con cada bocanada de aire exhalaba algo más que le había bloqueado en su interior: ideas, sentimientos, reflexiones que le impedían fluir en determinados momentos y ante determinadas situaciones.


Aquel sonido había sido liberador, y se sentía con fuerzas para volver y tratar de resolver, sin dañar a nadie, aquel ahora insignificante conflicto que le había llevado hasta allí.


Pero antes de volver se sentó unos minutos al borde del pequeño acantilado y observó el mar. Y lo vio tan bello como nunca antes. Pensó de nuevo en el poder que estaba poniendo en funcionamiento aquel mundo oculto, nuestro mundo oculto. “Energía, todo es pura energía. Algo extraordinario ocurre a nuestro alrededor sin que seamos conscientes de ello, sin que apenas nos demos cuenta. Tenemos tantas preocupaciones que nos olvidamos de mirar y sentir la belleza y la energía a nuestro alrededor, dejando que por encima de esa energía aflore el ego, la envidia, el odio, esos sentimientos tan primitivos e irracionales que se diría que todos estos millones de años que el hombre lleva sobre la tierra han servido para poco… Si tan solo pudiéramos, supiéramos sentir plenamente la belleza del mar…”


Y con ese pensamiento se levantó para ponerse de camino al camping.


Al poco de reemprender la marcha comenzó de nuevo a escuchar el sonido, pero esta vez era más cercano.

Tranquilamente se fue buscándolo, atraído por él. A lo lejos vislumbró una silueta de una persona sentada que hacía sonar un palito sobre una piedra, emitiendo lo que le pareció un sonido envolvente en el silencio de la noche.


Poco a poco se fue acercando, y cuando estuvo a la distancia adecuada para ser escuchado tan solo dijo: “Buenas noches”.


La persona, algo asustada, soltó el palito dejándolo caer. Él se agachó, lo recogió y se lo entregó.


Y tranquilamente se sentó a su lado…



Cristina Iglesias



2 comentarios:

  1. muy bonito Cris, hay que seguir caminando y de vez en cuando, en el camino, sentarse y escuchar!! besitos. Amaya

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  2. El universo confabulando para atraer nuestra atención. Genial!!!! Susana

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